jueves, 12 de septiembre de 2013

REUNN DE VOCES®

Revista literaria virtual Nº 16



Editorial

Preparar este número, fue especialmente placentero para mí. Hace muchos años que tengo un magnetismo muy fuerte con los trenes, con sus historias.
Tanto que ha sido uno de los temas preferenciales de mi poesía.
He soñado a ojos abiertos con andenes bulliciosos. He vuelto a tejer la fábula de tanta estación abandonada, de tanto pueblo fantasma. Pude escuchar la serenata que interpretan los rieles cuando se oxidan y contar cada gota que caía de un viejo tanque de agua. Palpité los adioses y los regresos acunados en el horizonte de un pañuelo. Incluso lloré por la muerte de tantos trenes.
Hoy, junto aquí, algunas de las tantas voces que hicieron de su poesía un durmiente sobre el que apoyar el ferrocarril de los sueños.
¡Saquemos boleto para este maravilloso viaje!

                                                                        Gabriela Delgado


EL TREN




Los clásicos


Andenes


Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.

Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar al viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.

Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras  -para los parientes que te esperaban-
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.

Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.

                                   Jorge Treillier (Chile)





El tren

Yo, para todo viaje
?siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera?,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino
que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
?esas rosas amarillas?
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!...
¡Y la niña que yo quiero,
ay, preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!
                                                                      
                                                                   Antonio Machado (España)













El último tren ha parado

El último tren se ha parado en el último andén, y nadie
salva a las rosas. Ninguna paloma se posa en una mujer de palabras.
El tiempo se ha acabado. El poema no puede más que la espuma.
No creas a nuestros trenes, amor, no esperes a nadie en la muchedumbre.
El último tren se ha parado en el último andén, y nadie
puede retornar a los narcisos rezagados en los espejos de la penumbra.
¿Dónde dejaré mi última descripción del cuerpo que en mí habita?
Todo ha terminado. ¿Dónde está lo que ha terminado? ¿Dónde vaciaré el país que/
                                                                                                    en mí habita?
No creas a nuestros trenes, amor, las últimas palomas han volado, han volado,
y el último tren se ha parado en el último andén... y no hay nadie.

                                            Mahmud Darwish (Palestina)










Tren de ganado

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

                                                 Horacio Castillo (Argentina)






El ferrocarril

Por el camino de Bustarviejo al valle
aún oculto a los ojos,
corre una senda, súbita calzada,
calle empedrada cuidadosamente.
En medio de los campos finge ciudad, abierta con esfuerzo.
Esta calle se hizo
matando campo, hacia un destino inútil.
¿Qué se ve al fin? Un edificio grande,
vacío. Vidrios quietos. Árboles silenciosos.
Tapias a los dos lados. Y tras ellas carriles.
Son dos vías brillando bajo un sol de justicia,
puestas sobre la grava, y allí listas perdiéndose.
¿Hacia dónde? Hacia nunca. Hacia jamás, sin nadie.
Pero no desde un sueño.
Este ferrocarril que existe, que es tangible, tiene allí un puente vivo.
¿Vivo? Terraplenes profundos. Lecho quieto a las vías,
y hierros que hace años, que hace lustros y décadas
que corren, se aligeran, vuelan, brillan, escapan.
Y aquí están. Hierros muertos, sin que nunca vivieran.
Sin que nunca llevaran sobre su masa el peso
humano: hombres y frutos, fieles. Costó mucho ponerlos.
Aquí trabajó el hombre. Desde lejos los trajo,
y hendió la roca y abrió el monte, y horadó la montaña,
y tendió el lecho vivo, y subió a las alturas
y descendió a los valles, y aquí
y allí puso algún edificio,
con nombres: “Colmenar”, “Miraflores”, “Buitrago”. Y corrieron carriles
como corren los hierros,
y sufrieron el sol y se lavaron luego bajo las lluvias limpias,
y casi como dos joyas infinitas luciendo,
y surgieron de la entraña de piedra
desvariando, y útiles, y humanos. Porque, aún, hijos del hombre.
Pero nunca sirvieron. Avenidas calladas. Soles y aguas, y sequía.
Tempestades y fuego, y cosechas cercanas, y más cerca otros hombres.
Pero hierros despiertos, puentes esbeltos, casas, almacenes, cristales,
todo es hoy obra muerta. Y un destino: “Ruina”.
El pueblo lejos oye correr un tren sin vida,
sin destino y sin bulto, y pasa y vuelve. E insiste.
Lleva a nadie y va a nunca. Nadie lo ha visto, y suena.
Y en las noches de niebla la campana retiñe
y alguno oye lejano: “!Viajee…ros,
al tree…n!”
La calzada, callando, firme va cada día
hasta la casa blanca. Estación: “Miraflores”.
Y alguna tarde un niño se pone allí a esperar
lo que nunca ha llegado ni ningún niño ha visto.
El tren fantasma pasa. Sus adioses, continuos.

                                                                   Vicente Aleixandre (España)









El tren de los heridos

Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

Silencio.

Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.

Silencio.

El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.

Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.

Silencio.

Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.

Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.

Silencio.

Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.

Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento. 

                                                   Miguel Hernández (España)












Pluma abierta



Tragedia estructural

Estrépito de muerte
en carriles de riesgo por desidia
desordenan sangre anónima y los gritos,
las tensiones del polvo y de la angustia.
También manos anónimas siempre,
las que no saben nunca
qué dedo es responsable,
qué puños se aprietan en el aire,
qué palmas se esconden en la sombra.
Y tampoco hay ojos que lo vieron
con pestañeo corrupto y engañoso.
Sí llegan listas después para el que muere
con nombre y apellido
no importa con qué tiempos.
Total entre los rieles del peligro,
retorcidos de amargura,
habrá el manto de silencio oscuro
que se apiade de las culpas
con sus lánguidas leyes que agonizan
entre hierros retorcidos de inocencia.

                      Wenceslao Maldonado (Argentina)





Un tren en la pieza

No se que hace ese tren
                              en mi pieza
con pasajeros que suben
              y otros que bajan
con guardias pidiendo boletos
                                 que están vencidos
con viejos asientos desvencijados.

Ese tren que cruza mi cuarto
que toca bocina
                    y levanta polvareda
encima el guardabarrera
                    no me deja ir al comedor.

Las cosas no están nada bien
                    desde que este tren se instaló
en mi pieza
algunos vecinos se quejaron en
                                                 el consorcio
por el ruido de la locomotora.

                            Carlos Carbone (Argentina)












Van los trenes

Los trenes pasan
a ambos lados de Dios
sin arruinar la muerte
que lima cada paso.

Ausentes de palabra
de leyes, de constelaciones
caminan lentamente
mordiendo las arenas sin pudor.

Se anaranjan
descienden, almas en pena;
después de las campanas
anochecen.

En la reserva
en el gris empedrado
bajo el ocre desteñido de las casas
no se detienen
junto al hambre, pasan.

Van los trenes
rumiando su dolor
marcando el paso
sin que nadie logre comprenderlos.
                                  
                                      María Eugenia Caseiro (Cuba)












Trenes en la noche 


Imagina dos trenes,
rodando en la alta noche,
que se cruzan de golpe,
camino cada cual de su destino.
En cualquier parte,
en medio de un empalme en ningún sitio,
por vías oxidadas, los vagones,
de pronto, se detienen.
Miras por el cristal y allí,
en lo negro,
se ilumina una cara justo enfrente.
De momento has pensado que es la tuya
reflejando tu insomnio y tu cansancio.
Es una sensación. Dura un instante.
Te fijas con cuidado en la ventana
y el rostro que se enciende al otro lado
es, sin duda, de otro.
De una oscura mujer, para más señas.
Es hermosa, te dices, mientras miras
sus ojos en los tuyos duplicados.
La escena es momentánea.
Tras un ruido metálico
y muy seco, el movimiento
empieza a separaros para siempre.
Ninguno de los dos hacéis ya nada
que impida lo que es inevitable.
Con el ruido del tren y el traqueteo
supones que pensabais en lo mismo:
que fue un vano espejismo,
que fue un sueño.

Álvaro Valverde (España)






Los trenes del Sur

La tristeza de las estaciones
mueren
y reviven en el recuerdo
de los que nacimos en las estaciones móviles
del Sur

el amor y el humo del olvido
se sientan en la sala de espera

mi padre viene y va
en su tren invisible
para contar en cada regreso
la historia
de viajes y retornos

muchos jóvenes de hoy
desconocen la magia de los trenes
por haber nacido en otros viajes
que aún no tienen estaciones.

                                     Alfonso Freire (Chile)



Trenes

Vengo desde trenes humeantes
de la reiteración de los andenes
del secreto rumbo de las horas
de la improlación de las manos
                   que lloran en el aire.

Atravieso la noche
          con el aullido de mis trenes y de mi sangre
          con mi agonía royéndome los huesos.

Con mi hoguera en el centro del pecho a punto
                                                     de estallar.

                                           Elena Cabrejas (Argentina)









(sólo una teoría)

...cambiar de tren en Pisa
donde se han mezclado los andenes, los carteles
a mano traen indicaciones erróneas,
tachaduras... cruzar dos veces el mismo
pasaje subterráneo
para salir al mismo andén, donde llegará o
no llegará el tren,
enfocando sin anteojos las señales...

...estar en el mundo como en un tejido
que se sostiene en estaciones y aeropuertos
– y en cada punto titilante hay un amor:
que el mundo esté lleno de amor
tan al alcance de la mano
y sin embargo uno vaya cambiando
de tren, cansado, silencioso,
eligiendo sin mucho pensar un hotel,
un bar, un baño,
una ventanilla a favor o en contra de la marcha.
Así junto con el viento marino y la luz
que cesa ante un túnel para luego
reaparecer, el amor puede también acariciar
entrando por la ventanilla
sin necesidad de separarse de los otros elementos.

                                     Laura Wittner (Argentina)










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