domingo, 18 de enero de 2015

REUNN DE VOCES®

Revista literaria virtual Nº 31



Editorial

Luego de unas forzadas vacaciones sin PC, “Reunión de Voces” regresa para estrenar este 2015.
Llenemos la casa de sol, de flores, de música, de palabras.
Decoremos los espejos con los mejores recuerdos de la infancia.
Recuperemos los ojos de niño y su asombro. Dejemos fluir el pensar y el sentir del chiquillo que nos habita. Que el mundo nos sorprenda traveseando para rescatar el “creador” que hay en nosotros. Cuidemos la estrella, el sueño de los pájaros y la puerta al futuro.
Decía Ana María Matute: “La infancia no es una etapa de la vida: es un mundo completo, autónomo, poético…”
Demos un paseo por la mirada de los poetas sobre la infancia…
Abramos la puerta para ir a jugar.

                                                                    Gabriela Delgado


LA INFANCIA




Los clásicos


Infancia
                                 Esos recuerdos con olor de helecho
                                    Son el idilio de la edad primera.
                                                                G.G.G.


Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas,
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!

¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.

En alas de la brisa
del luminoso Agosto, blanca, inquieta
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y del talco brillante las cascadas.

Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.

¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño,
cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!...

Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es süave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!

                    José Asunción Silva (Colombia)


Plegaria para un niño dormido


Plegaria para un niño dormido
quizás tenga flores en su ombligo
y además en sus dedos que se vuelven pan
barcos de papel sin altamar.
Plegaria para el sueño del niño
donde el mundo es un chocolatín.
Adonde vas
mil niños dormidos que no están
entre bicicletas de cristal.
Se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará.
Que nadie, nadie, despierte al niño
déjenlo que siga soñando felicidad
destruyendo trapos de lustrar
alejándose de la maldad.
Se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará.
Plegaria para un niño dormido
quizás tenga flores en su ombligo
y además en sus dedos que se vuelven pan
barcos de papel sin altamar.

                                              Luis Alberto Spinetta (Argentina)



Nana del caballo grande

Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega al puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua
con su larga cola
por su verde sala?
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.

                        Federico García Lorca (España)



Solo

Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista.

Edgar Allan Poe (Estados Unidos)



Niña


Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento y pleno,
anegando los aires,
verde deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y el cielo azul, la nube blanca,
la luz de la mañana,
se meten en el pecho
hasta volverlo cielo y transparencia.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
baña la tierra negra,
reverdece la flor, brilla en las hojas
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y nace del silencio
la vida en una ola
de música amarilla;
su dorada marea
nos alza a plenitudes,
nos vuelve a ser nosotros, extraviados.
¡Niña que me levanta y resucita!
¡Ola sin fin, sin límites, eterna!

Octavio Paz (México)    



Hijo del alma


Tú flotas sobre todo,
hijo del alma!
De la revuelta noche
las oleadas,
en mi seno desnudo
déjante el alba;
y del día la espuma
turbia y amarga,
de la noche revueltas
te echan las aguas.
Guardancillo magnánimo,
la no cerrada
puerta de mi hondo espíritu
amante guardas;
y si en la sombra ocultas
búscanme avaras,
de mi calma celosas,
mis penas varias,
en el umbral oscuro
fiero te alzas,
y les cierran el paso
tus alas blancas!
Ondas de luz y flores
trae la mañana,
y tú en las luminosas
ondas cabalgas.
No es, no, la luz del día
la que me llama,
sino tus manecitas
en mi almohada.
Me hablan de que estás lejos:
¡Locuras me hablan!
Ellos tienen tu sombra;
¡Yo tengo tu alma!
Esas son cosas nuevas,
mías y extrañas.
Yo sé que tus dos ojos
allá en lejanas
tierras relampaguean,
Y en las doradas
olas de aire que baten
mi frente pálida,
pudiera con mi mano,
cual si haz segara
de estrellas, segar haces
de tus miradas!
¡Tú flotas sobre todo,
hijo del alma!
José Martí (Cuba) 


Apegado a mí


Velloncito de mi carne
que en mis entrañas tejí,
velloncito friolento,
¡duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir.
No te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!
Yo que todo lo he perdido,
ahora tiemblo hasta dormir.
No resbales de mi brazo:
¡duérmete apegado a mí!

Gabriela Mistral (Chile) 



Canción de otoño en primavera


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé…
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía…
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé…
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe…
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también…
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín…
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío (Nicaragua)



Pluma abierta


Infancia  

Detrás de esa mirada cansada
aun puedo vislumbrar
la luz de la infancia…
Ese reflejo fiel
aun no extinguido a pesar del latigazo del tiempo,
a pesar de las diarias
batallas emprendidas…
En el fondo veo acurrucada
a esa niña-angel que fuiste…
Detrás de los espejos
aun me sonríe tristemente,
solo es una leve silueta
que se escapa lentamente
su huida me duele
en los huesos
en la carne
y en el alma,
porque no quiero perderla,
es mi hilo de Ariadna
pegado a mi matriz,
es el punto-equilibrio
que une mi círculo perfecto,
es mi infinito que se refleja
en las brillante miradas de mis hijas,
repitiéndose como ecos
desde siempre, desde la primera Eva….

                                                       Ehurodice Rivera (Chile)




Esos locos bajitos



A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción;
esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocacion.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada cancion.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
Joan Manuel Serrat (España)



Regresos

uno vuelve
por el espejo de la sala
 sin ya mirarse
no sea que la infancia
vuelva con pulmotores de la polio
alcanfor
escapularios
quién no sabe
nos prometían algodones de azúcar
si dejábamos que Salk nos vacunase
poníamos nombres a las flores
poníamos apodos
a la vecina ronca
poníamos la oreja
cuando hablaban los mayores
éramos los hijos
ellos
los grandes que volvían del cine
con impermeables y sombreros y lilas parisinas
besos en la boca 19
bostezos en cinemascope
los hijos éramos
no veíamos la hora
 de ser padres

Jorge Paolantonio (Argentina)



Niño sonriendo en una fotografía

Cada tanto volvemos sobre el viejo álbum,
confirmamos nuestros recuerdos, asentimos con las imágenes
la continuidad entre este tiempo y el otro.
La fotografía coagula en su enigmático magma de colores
un instante del que ahora, extrañamente, somos espectadores.
Aun así nos llama la atención la unidad del conjunto,
porque de esa playa, de esa arena, de ese niño corriendo,
nada recordamos, entonces viene y nos atormenta la pregunta,
porque verdaderamente, hoy, no sabríamos reproducir esa sonrisa, ese gesto,
como si nos faltara el músculo correspondiente a la felicidad
o los argumentos para rebatir el error.

                            Horacio Castillo (h) (Argentina)



                                    XIII

Para Arnaldo Calveyra
Escuchando tu lectura de Maizal del gregoriano
1° de septiembre de 2006

Esta voz del maizal
y los ríos de la infancia,
no es aquella voz del espinillo,
del arroyo, en cuclillas,
en diálogo con el hombre
de la sal y la yerba,
mirando al río-mar
que nos llamaba.
Viene en ramalazos
de antes de todo,
cuando aún no sabíamos,
cuando las certezas eran los sueños,
esa voz de tres al unísono
en nuestra hermandad
por la poesía, por esos avatares
de la vida y la muerte.
Y sin embargo es la misma voz
que aún escucho
y ahora nos envuelve
en monacal silencio,
en un intersticio
del tiempo que nos queda.

                              Elba Ethel Alcaraz (Argentina)



Kadish por un zapato roto
Entre los testimonios del Museo del Holocausto, en Jerusalén,
puede verse un pequeño zapato -recogido en un campo de
concentración- que debió pertenecer a un niño de 6 ó 7 años.

Desde este lado te contemplo.
En tu inocencia, pequeñito náufrago,
el horror y la muerte me hacen señas.
¿Quién te calzó? ¿Dónde tu hermano roto?
Todavía en las grietas de tu cuero
las costras del escarnio, las partículas
del humo y el hollín del crematorio.
Fuiste un niño, dabas leves pasos
por la vida quizás hayas pisado
la blandura del césped en los parques,
la rayuela que lleva al Paraíso.
Hasta que un día sostuviste
el temblor de unas piernas esmirriadas,
las de aquel niño frente al ojo oscuro
de un arma y el aullido del soldado.
Luego el vagón, el hambre, los hedores,
las ropas con el número y la estrella,
la servidumbre menos oprobiosa
que la desamparada soledad
con los piojos por únicos parientes.
Ahora estás allí, breve memoria
de una atroz pesadilla. Te contemplo
lejos del tiempo y de las lágrimas,
en tu inocencia, náufrago.
Y quisiera ponerte de rodillas
y pedirte perdón por estar vivo,
porque en unos instantes saldré al mundo
del sol y de los árboles, y acaso
encuentre a un niño en mi camino,
un niño rubio y sonriente,
con los zapatos nuevos.

                                Antonio Requeni (Argentina)



Aquella infancia
cuando hacía rodar
entre las manos
algunos libros
y pequeñas muñecas.
Aquella infancia
cuando aprendí
a amar el sol y a
los jazmines
mientras
la sombra de mi madre
besaba las paredes.

                                     Beatriz Arias (Argentina)



Brevedad

Mi ciudad habitual, su circunstancia,
albergó un tiempo,
un limitado espacio
de suave musgo,
de líquenes trepando paredes devastadas.
Un oculto paisaje de humedades remotas.
Amaneciendo sueños,
llanuras desprovistas,
fui creciendo las horas
de luna y de letargo.

¿Qué fue de aquella infancia de bosques?
¿Qué se hizo aquella risa de maíz
abierta en la mañana?

Apenas queda un gesto.
La vaguedad de sombras
presentidas y ausentes.
Apenas, la memoria.

                Beatriz Schaefer Peña (Argentina)